martes, 20 de octubre de 2009

Los códigos sociales

El individuo se inserta en la sociedad, y de ella posee una doble experiencia: una experiencia objetiva y una experiencia subjetiva.

Es cierto que podemos considerar a la sociedad sólo como un elemento particular del mundo en que vivimos y que todo lo dicho hasta aquí de los diferentes códigos se aplica también a la significación y a las comunicaciones sociales.

Sin embargo hay una diferencia mayor. Las ciencias y las artes, tal como han sido definidas anteriormente, tienen por objeto comunicar al receptor humano una experiencia propia al emisor y en la cual el primero no está directamente implicado. La comunicación social, en cambio, tiene por objeto significar la relación entre los hombres y en consecuencia entre el emisor y el receptor. La sociedad es un sistema de relaciones entre los individuos que tiene por objeto la procreación, la defensa, los intercambios, la producción, etc. Con este fin, las situaciones de los individuos en el seno del grupo y de los grupos en el seno de una colectividad debe ser significada. Ese es el rol de las insignias y de las enseñanzas que indican la pertinencia a determinada categoría social: clan, familia, profesión, asociación, etc. Los ritos, las ceremonias, las fiestas, las modas, los juegos, son modos de comunicación por medio de los cuales el individuo se define en relación al grupo y el grupo en relación a la sociedad, a la vez que ponen en manifiesto el papel que allí cada uno asume.
La ciencia, el saber, es una organización y una significación del mundo natural; los códigos sociales son una organización y una significación de la sociedad. Los significados son allí los hombres o los grupos y sus relaciones. Pero el hombre es el vehículo y la sustancia del signo, es a la vez el significante y el significado. En realidad, es un signo y por lo tanto, una convención. La vida social es un juego en el cual el individuo interpreta su propio papel: el patriarca, el tío tutelar, el hijo pródigo o el amigo fiel. Por otra parte, el signo social es en general un signo de “participación”. A través suyo, el individuo pone de manifiesto su identidad y su pertenencia al grupo pero, simultáneamente, reivindica e instituye esa pertenencia.
La experiencia social, al igual que la experiencia de la naturaleza, es de tipo doble: lógico y afectivo. De la lógica proceden los signos que indican la ubicación del individuo y del grupo en la Jérica y la organización política, económica, institucional. De la afectiva, los que expresan las emociones y sentimientos que el individuo o el grupo experimenta con respecto a otros individuos u otros grupos.
Por lo tanto, didácticamente, sería legítimo continuar el plan que hemos seguido hasta ahora, distinguiendo los signos sociales lógicos y los signos sociales estéticos (afectivos). Pero en la práctica, los dos modos de la significación están estrechamente imbricados. Lo que ocurre es que las “ciencias del hombre” están aún poco desarrolladas y que nuestro saber en ese dominio está basado en un “pensamiento salvaje” que distingue mal los límites del arte y de la ciencia. Por otra parte, es comprensible que la relación afectiva sea mucho mas fuerte de hombre a hombre que entre el hombre y la naturaleza. A menos u se trate de esa naturaleza antropomorfa que caracteriza a las religiones y a las culturas arcaicas.
Renunciando así a la ambición de distinguir una ciencia y un arte de la vida social, examinemos el problema desde el punto de vista de los signos y los códigos.

I. Los signos
Una de las primeras condiciones de la vida social consiste en saber a qué atenerse y en poder, por lo tanto, reconocer la identidad de los individuos y de los grupos. Esa es la función de las enseñas y las enseñanzas.
1. Los signos de identidad: insignias y carteles. Las insignias y los carteles son marcas que indican la pertenencia de un individuo a un grupo social o económico. Tienen por función expresar la organización de la sociedad y las relaciones entre los individuos y los grupos.
a. Las armas, las banderas, los escudos, etc. Indican la pertenencia a una familia o un clan. Puede extenderse a grupos mas amplios: ciudad, provincia, nación.
b. Los uniformes también constituyen la marca de un grupo: social, institucional, profesional, cultural, étnico, etc.
c. Las insignias y las condecoraciones son vestigios simbólicos de las armas y uniformes y aseguran las mismas funciones bajo formas degradadas.
d. Los tatuajes, los maquillajes, los peinados, etc. Son también insignias codificadas en las sociedades primitivas y que perduran en nuestras modas.
e. Los nombres y sobrenombres son las marcas más simples y universales de la identidad. En un principio son siempre motivados, designando al individuo por su pertenencia a una familia o a un clan, a una profesión, a una categoría física.
En nuestras culturas modernas, la historia trajo apareada la decadencia de ese sistema que con frecuencia es reactualizado por medio de sobrenombres y apodos.

2. Los signos de cortesía. Los signos de identidad constituyen marcas de pertenencia a un grupo o a una función. Las relaciones permanentes van acompañadas de relaciones transitorias particulares que pueden variar según los individuos presentes y las circunstancias. Ponerse o no un traje de gala para asistir a una invitación indica no solamente la naturaleza de la recepción sino las relaciones entre el anfitrión y el invitado. Se dispone también al efecto de signos especiales, de los cuales los principales son los atributos corporales y los gestos. Adjuntos a los signos prosódicos, kinésicos y proxémicos. Habría que agregar aquí los saludos, las injurias, el alimento.
A. El tono de la voz es una de las formas más universales de significar la relación entre emisor y receptor: puede ser “familiar”, “respetuoso”, “irónico”, “imperativo”, etc.
B. Los saludos y fórmulas de cortesía desempeñan idéntico papel y se distinguen por su carácter particularmente convencional y variable de una cultura a otra.
C. Las injurias son las formas negativas de saludo. Constituyen los signos de la hostilidad. Y si bien su número es prodigioso y creciente, no por eso son menos convencionales. Los desafíos son formas codificadas y ritualizadas.
D. La kinésica, en sentido estricto estudio de los movimientos, es un análisis de las mímicas, de los gestos y de las danzas. Los gestos y las mímicas –así como las entonaciones y las variaciones de la voz- son auxiliares del lenguaje.
E. La proxémica. La comunicación lingüística utiliza no solamente los gestos sino también el espacio y el tiempo. La distancia en que nos colocamos con relación a nuestro interlocutor, el tiempo que tardamos en recibirlo o en responderle constituye signos. Ese lenguaje es el que se estudia con el nombre de proxémica.
Es particularmente interesante en la medida en que, convencionalizado como todo sistema de signos, varía con las culturas y corre el riesgo de originar numerosos malentendidos.
La distancia está determinada evidentemente por la acústica, l menos es lo que creemos. En realidad es ampliamente convencional: los anglosajones mantienen una cierta distancia entre los locutores, los latinos tienden a reducirla.
No menos significativo es el tiempo de espera que nos impone el interlocutor. Sabemos hasta que punto es sabiamente dosificado hasta por el mas insignificante empleaducho, que se considera desposeído si no impusiera al visitante una espera de acuerdo a su rango y a su propia importancia.
Ese tiempo es también puramente convencional y puede adquirir proporciones considerables en ciertas culturas y en ciertas situaciones. Un embajador ante el Gran mongol puede esperar hasta tres meses antes de ser recibido y las mujeres sólo aceptan las atenciones de su admirador luego de un período de tiempo sabiamente calculado.
F. El alimento es también uno de los modos importantes de la identificación del grupo y de la cortesía.
Con frecuencia está rodeado de tabúes. Su preparación y el servicio de mesa están regidos por un sistema de convenciones constrictivas. En ciertos medios, rechazar un aperitivo significa un insulto particularmente agraviante.

3. Naturaleza de los signos sociales. Ya hemos visto que los signos pueden ser mas o menos socializados, es decir estructurados y convencionalizados. En nuestra cultura moderna los signos sociales generalmente lo son en muy poca medida. Es el caso de nuestros onomásticos, de nuestras insignias a las que podemos comparar con sistemas muy elaborados tales como los blasones, las vestimentas de castas, de oficios, de clanes.
Otra característica de los signos es la arbitrariedad o motivación. La mayoría de los signos sociales son motivados ya sea por metáfora o frecuentemente por metonimia. Son figuras alegóricas pero perduran a menudo en la forma social y en las instituciones, conservando sólo un valor simbólico degradado cuyo sentido original se ha perdido.
Por su naturaleza icónica los signos sociales se asemejan a los signos estéticos. Esto no es casual, pues en la comunicación social el emisor es frecuentemente portador del signo y es, al mismo tiempo, el referente. Esta confusión del sujeto y del objeto no puede sino favorecer la contaminación de la función referencial y de la función emotiva.

II. Los códigos

Vestimenta, alimentación, gestos, distancias, etc., son signos que participan en proporciones y modalidades diversas, en la formación de los diferentes tipos de comunicación social. Son innumerables: ritos, fiestas, ceremonias, protocolos, códigos de cortesía, juegos. Podríamos distinguir cuatro tipos principales: los protocolos, que tienen por función instaurar la comunicación entre los individuos; los rituales, en los que el emisor es el grupo; los juegos, privados e individuales o públicos y colectivos, que son las representaciones de una situación social; y las modas que son las formas estilizadas e individualizadas de los códigos.
1. Los protocolos. Una sociedad es un conglomerado de individuos reunidos en vistas de una acción común. Todos tienen allí su lugar y su función. Todos se definen por medio de las relaciones familiares, religiosas, profesionales, etc., que sostienen con los otros.
Es indispensable que esas relaciones sena conocidas e identificadas.
Cuando los individuos se reúnen en vistas de alguna acción común, sus relaciones deben ser significadas: el que dirige y el que obedece, el que da y el que recibe, el que invita y el que visita, etc.

2. Los ritos. Son comunicaciones de grupos. El mensaje ritualizado es emitido por la comunidad y en su nombre. El emisor el grupo y no el individuo.
Por intermedio del culto religioso la colectividad se comunica con los dioses. Los cultos familiares o nacionales son también las formas de comunicación con los ancestros o la patria.

3. Los juegos. Al igual que las artes son imitaciones de la realidad y, más particularmente, de la realidad social. Son situaciones construidas con el objeto de reubicar a los individuos en un esquema significativo de la vida social. Los juegos imitan con el objeto de reubicar al emisor dentro de la realidad y hacerse practicar, por intermedio de una imagen, los actos de esa realidad. Los juegos tienen además una función de distracción en la medida en que satisfacen y sin duda subliman deseos frustrados por la vida real.
Entre los juegos, debemos reservar un lugar especial a los juegos dramáticos: los decorados, la puesta en escena, los actores son signos. Al ser sistemas de signos los juegos están necesariamente codificados bajo formas ya sea figurativas o ideosémicas.
4. Las modas. Son maneras de ser propias del grupo: vestirse, alimentarse, alojarse, etc. Adquieren una gran importancia en una sociedad donde la superabundancia de los productos de consumo libera a estos últimos de su función primitiva (protección, alimentación).
La moda procede de un doble movimiento centrípeto y centrífugo. El deseo de identificación con un grupo prestigioso provoca la adopción de los signos que los caracterizan. Pero estos signos son entonces abandonados por los miembros del grupo, que rechazan esa identificación. Esa es la causa de que la moda sea tan variable y creadora, particularmente en las culturas donde los signos sociales están codificados débilmente. La moda al igual que las diversiones, compensa frustraciones y viene a satisfacer los deseos de prestigio y poder.

Resumen
Guiraud, Pierre (2003). La semiología. Siglo Veintiuno Editores. México.

martes, 29 de septiembre de 2009

Las dimensiones semióticas

La semántica

La dimensión semántica de la semiosis.
La semántica se ocupa de la relación de los signos con sus designata y, por ello, con los objetos que pueden denotar o que, de hecho, denotan. Como sucede con las restantes disciplinas que se ocupan de los signos, puede hacerse una distinción entre sus aspectos puros y descriptivos: la semántica pura proporciona los términos y la teoría necesarios para hablar de la dimensión semántica de la semiosis, mientras que la semántica descriptiva se interesa por aspectos reales de esa dimensión. El último tipo de consideración ha precedido históricamente al primero. Durante siglos los lingüíistas se han interesado por el estudio de las condiciones en que se emplean unas palabras concretas, los especialistas en gramática filosófica han intentado encontrar los correlatos en la naturaleza de las estructuras lingüísticas así como la diferenciación de las partes del habla, mientras que los empiristas (dentro de la tradición filosófica) han estudiado en términos más generales las condiciones en las que puede afirmarse que un signo tiene un denotatum (a menudo para mostrar que los términos de sus contrincantes metafísicos no cumplían esas condiciones). Por otro lado, las polémicas y discusiones acerca del término “verdad” siempre han conllevado la cuestión de la relación de los signos con las cosas. Pues bien, pese a todo lo dicho, pese a la antigüedad histórica de los ejemplos enumerados, se ha avanzado relativamente poco en la vía de la experimentación controlada o en la de la elaboración de un lenguaje idóneo para hablar de esta dimensión. El enfoque experimental que han posibilitado los conductistas ofrece grandes esperanzas de que sea posible determinar las condiciones reales bajo las que se emplean ciertos signos ; el desarrollo del lenguaje de la semántica ha sido potenciado por recientes discusiones acerca de la relación de las estructuras lingüísticas formales con sus “interpretaciones”, por intentos (como los de Carnap y Reichenbach) de formular con mayor agudeza la doctrina del empirismo, y también por los esfuerzos de los lógicos polacos (en especial los de Tarski) destinados a definir formalmente y de manera sistemática ciertos términos de importancia cardinal dentro de la semántica. No obstante, la semántica todavía no ha alcanzado una claridad y una sistematización comparables a las de ciertas partes de la sintaxis. Si se somete a consideración, la cosa no resulta ser sorprendente puesto que un desarrollo riguroso de la semántica presupone una sintaxis con un desarrollo relativamente alto. Hablar de la relación de los signos con los objetos "que designan presupone, con objeto de referirse por separado a los signos y a los objetos, el lenguaje de la sintaxis y el lenguaje objetual. Esta dependencia respecto de la sintaxis es particularmente evidente al ocuparse de lenguajes, puesto que en este caso una teoría de la estructura lingüística formal resulta indispensable. Por ejemplo, la cuestión constantemente recurrente de si la estructura del lenguaje es la estructura de la naturaleza no puede tratarse apropiadamente hasta que se clarifiquen los términos “estructura” y “estructura de un lenguaje”; ciertamente, el carácter insatisfactorio del tratamiento histórico de estas cuestiones se debe en parte a la falta de esa clarificación preliminar, que en la actualidad ha proporcionado la sintaxis.

La sintaxis

Considerada como el estudio de las relaciones sintácticas de los signos entre sí haciendo; abstracción de las relaciones de los signos con los objetos o con los intérpretes, es la más desarrollada de todas las ramas de la semiótica.

Una gran parte del trabajo realizado en la lingüística propiamente dicha ha partido precisamente de esta perspectiva, aunque a menudo inconscientemente y con múltiples confusiones. Los lógicos se ocuparon de la inferencia desde el principio. Ello supone estudiar las relaciones existentes entre ciertas combinaciones de signos dentro de un lenguaje.

Especialmente importante fue la temprana presentación que los griegos hicieron de la matemática en forma de sistema deductivo o axiomático; ello ha supuesto que los hombres hayan prestado siempre atención a la estructura de un sistema de signos sólidamente trabados, de manera que se obtenían todos los restantes conjuntos de signos al operar sobre ciertos conjuntos iniciales.

Leibniz uniendo consideraciones lingüísticas, lógicas y matemáticas, llegó a concebir un mecanismo formal general (speciosa generalis) que incluía el mecanismo característico general (ars characteristica), esencialmente una teoría y un mecanismo o técnica que permitía formar signos de manera que todas las consecuencias de las correspondientes “ideas” pudieran extraerse considerando los signos por sí solos, y un mecanismo combinatorio general (ars combinatoria), o cálculo general que proporcionaba un método formal de aplicación universal para extraer las consecuencias de los signos.

Esta unificación y generalización del método y forma matemáticos ha sido notablemente ampliado desde los tiempos de Leibniz por la lógica simbólica a partir de los esfuerzos de Boole, Frege, Peano, Peirce, Russell, Whitehead y otros. Mientras que la teoría de esas relaciones sintácticas ha experimentado su desarrollo contemporáneo más elaborado en la sintaxis lógica de Carnap.

La sintaxis lógica omite deliberadamente lo que se han denominado aquí dimensiones semántica y pragmática de la semiósis para concentrarse en la estructura lógico-gramatical del lenguaje, es decir, en la dimensión sintáctica de la semiósis

La sintaxis lógica omite deliberadamente lo que se han denominado aquí dimensiones semántica y pragmática de la semiósis para concentrarse en la estructura lógico-gramatical del lenguaje, es decir, en la dimensión sintáctica de la semiósis.

Las reglas de formación, que determinan las combinaciones independientes y permisibles de los elementos del conjunto (esas combinaciones reciben el nombre de oraciones) y las reglas de transformación, que determinan las oraciones que pueden obtenerse a partir de otras oraciones. Ambas reglas pueden agruparse bajo el calificativo común de regla sintáctica.

La sintaxis, por consiguiente, es la consideración de signos y de combinaciones sígnicas en la medida en que unos y otras están sujetos a reglas sintácticas. La sintaxis no se interesa por las propiedades individuales de los vehículos sígnicos o por cualesquiera de sus relaciones exceptuando las sintácticas, es decir, las relaciones determinadas por las reglas sintácticas.

Una vez investigados desde esta perspectiva, los lenguajes han resultado ser inesperadamente complejos y la perspectiva de estudio inesperadamente fructífera. Se han podido caracterizar con precisión oraciones primitivas, analíticas, contradictorias y sintéticas, así como la demostración y la derivación.

Sin huir del punto de vista formal, ha resultado posible distinguir entre signos lógicos y descriptivos, definir signos sinónimos y oraciones equipolentes, caracterizar el contenido de una oración, ocuparse de las paradojas lógicas, clasificar cierto tipo de expresiones y clarificar las expresiones modales de necesidad, posibilidad e imposibilidad.

Estos y muchos otros resultados han sido parcialmente sistematizados en la forma de un lenguaje, y la mayoría de los términos de la sintaxis lógica pueden definirse a partir de la noción de consecuencia.

La pragmática
Es obvio que el térrmino “pragmática” se ha acuñado haciendo referencia al término “pragmatismo”. Resulta plausible suponer que la significación permanente del pragmatismo resida en el hecho de que ha prestado una atención más directa a la relación de los signos con sus usuarios de la que previamente se le había concedido, así como por haber valorado con mayor profundidad que nunca antes la pertinencia de esa relación para la comprensión de las actividades intelectuales.
El término “pragmática” permite subrayar la significación de los logros de Peirce, James, Dewey y Mead en el campo de la semiótica.

Al propio tiempo, “pragmática”, como término semiótico estricto, requiere su propia formulación. Por “pragmática” se entiende la ciencia de la relación de los signos con sus intérpretes. La “pragmática” ha de diferenciarse entonces del “pragmatismo”, así como el adjetivo “pragmático” debe diferenciarse de “pragmatista”. La mayoría de los signos, tienen como intérpretes seres vivos, para caracterizar con precisión la pragmática bastará con decir que se ocupa de los aspectos bióticos de la semiosis, es decir, de todos los fenómenos psicológicos, biológicos y sociológicos que se presentan en el funcionamiento de los signos. La pragmática cuenta también con sus aspectos puro y descriptivo ; la pragmática pura se ocupa de intentar desarrollar un lenguaje en el que pueda hablarse de la dimensión pragmática de la semiósis; la pragmática descriptiva se interesa por la aplicación de este lenguaje a casos específicos.
Históricamente, la retórica puede considerarse como una forma restringida y temprana de pragmática ; por otro lado, el aspecto pragmático de la ciencia ha sido un tema recurrente entre los divulgadores e intérpretes de la ciencia experimental. La referencia al intérprete y a la interpretación es común en la definición clásica de los signos. Aristóteles, en De interpretatione, habla de las palabras como signos convencionales de pensamientos que todos los hombres tienen en común. Sus palabras contienen la base de la teoría que se convirtió en tradicional: el intérprete del signo es la mente; el interpretante es un pensamiento o un concepto; estos pensamientos o conceptos son comunes a todos los hombres y proceden de la aprehensión de objetos y de sus propiedades por parte de la mente.

La mente otorga a las palabras enunciadas la función de representar directamente estos conceptos e indirectamente la de hacer lo propio con las cosas correspondientes; los sonidos que se eligen para este propósito son arbitrarios y varían de un grupo social a otro; las relaciones entre los sonidos no son arbitrarias sino que corresponden a las relaciones de conceptos y, en esa medida, a las de las cosas.

William James subrayó la idea de que un concepto no era una entidad sino una forma en que ciertos datos perceptuales funcionaban representativamente y que ese funcionamiento “mental”, en lugar de ser una mera contemplación del mundo, es un proceso altamente selectivo en el que el organismo recibe indicaciones de cómo actuar en relación al mundo para satisfacer sus necesidades o intereses. George H. Mead se ocupó especialmente de la conducta implícita en el funcionamiento de los signos lingüísticos y en el contexto social en que éstos funcionaban y surgían. Su trabajo supone el estudio más trascendente desde la perspectiva pragmatista de estos aspectos de la semiósis. El instrumentalismo de John Dewey es la versión generalizada del énfasis pragmatista en el funcionamiento instrumental de los signos o “ideas”. Si extraemos del pragmatismo los rasgos especialmente pertinentes para la pragmática, podríamos formular el resultado más o menos así: El intérprete de un signo es un organismo; el interpretante es el hábito del organismo de responder, a causa del vehículo sígnico, a objetos ausentes relevantes para una problemática situación actual como si éstos estuvieran realmente presentes.

En virtud de la semiósis un organismo toma en consideración propiedades relevantes de objetos ausentes, o propiedades no observadas de objetos presentes, de ahí la significación instrumental general de las ideas. Si se considera el vehículo sígnico como un objeto de respuesta, el organismo espera una situación de tal y tal tipo y, a partir de esa expectativa, puede prepararse parcialmente adelantándose a lo que sucederá. La respuesta a cosas a través de la mediación de los signos es así, biológicamente, una continuación del mismo proceso por el que los sentidos que operan a distancia han precedido a los sentidos que operan por contacto en el control de la conducta de las formas animales superiores; tales animales, a través de la vista, el oído, y el olfato, responden ya a partes distantes del entorno a través de ciertas propiedades de objetos que funcionan como signos de otras propiedades.
Puede decirse que este proceso de tomar en consideración un entorno constantemente más remoto, simplemente continúa en los complejos procesos de semiósis que el lenguaje posibilita, puesto que el objeto que se considera ya no necesita estar perceptualmente presente.


Morris, Charles (1985) Fundamentos de la teoría de los signos. Paidos, Barcelona.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

“UN SIGNO, O REPRESENTAMEN, ES ALGO QUE, PARA ALGUIEN,
REPRESENTA O SE REFIERE A ALGO EN ALGÚN ASPECTO O
CARÁCTER. SE DIRIGE A ALGUIEN, ESTO ES, CREA EN LA MENTE
DE ESA PERSONAS UN SIGNO EQUIVALENTE, O TAL VEZ, UN SIGNO
AÚN MÁS DESARROLLADO. ESTE SIGNO CREADO ES LO QUE YO
LLAMO EL INTERPRETANTE DEL PRIMER SIGNO. EL SIGNO ESTÁ EN
LUGAR DE ALGO, SU OBJETO. ESTÁ EN LUGAR DE ESE OBJETO, NO
EN TODOS LOS ASPECTOS, SINO SOLO CON REFERENCIA A UNA
SUERTE DE IDEA, QUE A VECES HE LLAMADO EL FUNDAMENTO
DEL REPRESENTAMEN”.
228 (The collected Papers)
Charles S. Peirce


Un Interpretante de la cátedra de esta definición:
1.- Un signo significa algo porque está “en lugar de” ese algo. Supongamos que buscamos en el diccionario la palabra “hombre”. Encontraremos una forma equivalente: “ser humano”, por
ejemplo. Estos segundos términos representan “hombre” como representando la misma criatura bípeda, racional que la palabra “hombre” representa. Por acumulación del ejemplos llegaremos a la conclusión de que existe una representación que actúa por mediación. En otras palabras, los signos hacen algo más que reemplazar o sustituir a las cosas, sino que básicamente funcionan como factores en procesos de mediación.
A esta función MEDIADORA Peirce la llama INTERPRETANTE. El interpretante de un signo
es otro signo. Ese planteo implica la existencia de una cadena al infinito de los interpretantes, es decir, una SEMIOSIS ILIMITADA. La semiosis, en cuanto proceso significo, es un proceso de mediación.
El interpretante es la modificación producida en el pensamiento por un signo. Pero pensamiento no debe entenderse en principio como fenómeno psicológico individual, sino que tiene que ver con el proceso discursivo que se da en el ámbito de la comunidad humana.
Cada interpretante es signo de su objeto, y, a su vez, requiere otro signo para su interpretación.
Así se abre una cadena de signos interpretantes.
Esta descripción subraya el aspecto formal del funcionamiento de los signos: un signo sólo significa dentro de un sistema operante de signos; significa sólo en virtud de que otros signos del mismo sistema significan algo. Esta cadena de interpretantes puede ser de distintos tipos: signos, definiciones, funciones proposicionales, signos de otro sistema, etc. Componen lo que Eco llamaría “unidades culturales”.
La unidad cultural “hombre, por ejemplo, en el marco de una sociedad determinada, consistiría en el conjunto de elementos que esa sociedad pone en relación con dicho término. El significado global del término se da en relación con todos los elementos que una cultura tiene en conexión con aquél (Eco elimina el correlato extralingüístico, en tanto que para el pragmatismo de Peirce, la referencia al objeto es básica).
2.- Peirce afirma que el signo está en lugar del objeto, no en todos los aspectos del éste. El signo no representa un objeto completo, sino desde una determinada perspectiva, en referencia una especie de “idea”. Por ejemplo, en la relación significa “viento/veleta” sólo es tenido en cuenta el aspecto significativo de la dirección del viento y la orientación de la veleta, no otros aspectos de ambos elementos.
El concepto de “idea” debe ser entendido como una convención o acuerdo sobre la manera de interpretar el signo. La mediación (o interpretación) funciona mediante reglas convencionales de interpretación. Todo signo es representacional en el sentido de que la interpretación implica siempre la representación de una experiencia acumulada (aprendida), que está codificada mediante signos.
En cuanto al objeto, Peirce distingue dos clases de objetos:
a.- OBJETO INMEDIATO: es el objeto tal como el signo lo representa, y cuyo ser depende de su representación en el signo. Está “dentro” del signo, yu es el aspecto del signo lo que lo hace apropiado para representar al objeto dinámico u objeto “estra-semiótico”.
b.- OBJETO DINÁMICO: es la realidad en sí misma, que por diversos medios logra determinar al signo para que represente, para que cause un interpretante similar a él mismo. Es el último (o el primero) eslabón del proceso sígnico en su origen, el “significado externo” denotado por el signo.
Por lo tanto, el objeto no es, como pretende cierta divulgación, un algo externo a la operación sígnica. De hecho, el objeto inmediato existe solo en virtud de la relación semiótica y se presenta como ley o regularidad, con lo que trasciende la dimensión subjetiva hacia una pluralidad de individuos. O, como dice Eco, es una unidad cultural.
El objeto dinámico constituye el fundamento de la identidad. El objeto no puede ser conocido en el signo, sino representado, referido, pues el símbolo pertenece a la representación, a lo que se da en el pensamiento.
Peirce afirma: “El objeto dinámico es el objeto exterior al signo. Pero el signo debe indicarlo mediante algún indicio; y este indicio es el objeto inmediato”. Es el reenvío de la semiosis a un presupuesto extrasemiótico, como producto de la actividad compleja del conocer el hombre. Evita de esta manera un realismo ingenuo, mecánico, pues el objeto que es elemento de la tríada semiótica se inserta en la dimensión comunitaria, en una zona de saber objetivo, más que en referencia a un espacio natural y objetual directo (aunque éste es recuperado en el interior de la representación). Eco afirma: “... se debe asumir que, en principio, una expresión no designa un objeto, sino que vehicula un contenido cultural”.

viernes, 21 de agosto de 2009

Aproximándose a la semiótica














El actual término semiótica remite a una muy larga historia de búsquedas y exploraciones en torno al complejo fenómeno de la significación o de las situaciones significantes, que han desembocado en as actuales prácticas de desmontaje, de la más diversa índole, aplicadas a distintas configuraciones culturales, interesadas en los sistemas y mecanismos de la significación.
En efecto, hoy en día circulan varias definiciones de semiótica que, de hecho, corresponden a otros tantos proyectos, diversos entre sí. Para Peirce (Collected Papers) semiótica es “la doctrina de la naturaleza esencial de las variedades fundamentales de toda posible semiosis”; para Saussure (Curso general de lingüística), se trata de “una ciencia que estudie la vida de los signos en el seno de la vida social” a la que propone que se dé el nombre de “semiología”. Para Erik Buyssens (La comunicación et l´articulación linguistique), en cambio, se trata del “estudio de los procesos de comunicación, es decir, de los medios utilizados para influir a los otros y reconocidos como tales por aquel a quien se quiere influir”, la llama semiología. Mientras Ch. Morris (Signos, lenguaje y conducta) define la semiótica como una “doctrina comprensiva de los signos”; para Umberto Eco “es una técnica de investigación que explica de manera bastante exacta como funcionan la comunicación y la significación”.
Este patente desacuerdo sobre lo que debe entenderse por semiótica, independientemente de los acuerdos que conlleve, plantea de entrada un serio problema de terminología. Por lo pronto, el nombre: unos llaman semiótica lo que otros llaman semiología. En segundo lugar, más allá del nombre, nos interesa la semiótica como una práctica analítica. Una cuestión importante, de acuerdo con esto, es qué significa en concreto, para cada uno de estos proyectos, la expresión “hacer semiótica”: qué significa saber, realizar un “análisis semiótico” de un determinado texto, sea verbal o no, según la idea que cada uno de ellos se hace sobre la disciplina. Por lo general, parece existir un acuerdo en que el análisis semiótico no es un acto de lectura, sino, más bien, un acto de exploración de las raíces, condiciones y mecanismos de la significación. Cómo está hecho el texto para que pueda decir lo que dice. “Hacer semiótica” significa no sólo identificar los distintos componentes de la semiosis, sino clasificar los distintos tipos de signos y analizar su funcionamiento en sus diferentes niveles.

La disciplina que tiene por objeto estudiar los sistemas de signos se ha desarrollado, como antes se vio, bajo dos nombres: semiología y semiótica. Por principio de cuentas, el uso del término semiótica o semiología remite a un diferente ámbito de origen: la disciplina emanada de Peirce y desarrollada especialmente en Estados Unidos prefirió el nombre de semiótica; mientras la engendrada en por Ferdinand de Saussure, más ligada al universo europeo, prefería el de semiología.
Pero, en general, se puede decir que durante una parte del siglo XX se mantuvieron los dos ya usándose indistintamente, ya dividiéndose civilizadamente en el campo. Así, se dio en llamar “semiología”, sobre todo en Francia, tanto a la disciplina que tenía por objeto el estudio de los signos en sistemas verbales, como a la corriente europea (sausurreana) de la semiótica. En cambio, se llamó semiótica ya a la disciplina que se ocupaba de los sistemas de signos no verbales, ya a la corriente anglosajona de base lógico-filosófica (Peirce, Frege, Russell Odgen y Richards, Morris, Carnap, Wittgenstein, Tarski, etc).

En resumidas cuentas, la semiótica se ocupa de signos, sistemas sígnicos, acontecimientos sígnicos, procesos comunicativos, funcionamientos lingüísticos y cosas así. Es decir, la semiótica se ocupa del lenguaje entendido tanto como la facultad de comunicar que como el ejercicio de esa facultad. La semiótica, por tanto, se ha ocupado de las más variadas cosas: arquitectura, cine, teatro, las modas, las señales de tránsito, la publicidad, la literatura, el arte, los juegos, las normas de cortesía, la televisión, los gestos, y demás de esa índole.

La parte de la semiótica que estudia las relaciones entre significantes y significados es la semántica. Se llama así a la rama de la lingüística que se ocupa de estudiar el significado tanto de las palabras, como de los enunciados y de las oraciones. Dentro de un ámbito todavía más específico, hay la onomasiología y la semasiología: la primera se ocupa en general de la tarea de dar nombres a los objetos y en concreto de las denominaciones que se dan a un mismo referente. La semasiología, en cambio, es la actividad inversa.
A la parte de la semiótica que se encarga de estudiar las relaciones entre significantes y usuarios se le llama pragmática y, en efecto, estudia el empleo de los signos por los seres humanos en sus diferentes maneras de relacionarse. Sin embargo, dentro de este ámbito, se pueden distinguir al menos tres direcciones en la actual pragmática. Se la puede entender y se la entiende, en efecto, tanto como una doctrina del empleo de los signos, que como una lingüística del diálogo y, finalmente, como una teoría del acto del habla.
Finalmente, se llama sintaxis a la parte de la semiótica que estudia las relaciones de los significantes entre sí. Se puede decir, por tanto, que de acuerdo con el modelo saussureano, la semiótica “está por encima” de los objetos particulares de cada una de estas disciplinas que se ocupan de alguno de los componentes del proceso semiótico.

Hay toda una corriente de una semiótica que bien podría llamarse filosófica, heredera de Pierce, de corte anglosajón, que cobija los trabajos de la corriente lógico-analítica de Frege, Wittgenstein, Carnap, Quine, Odgen y Richards, Moore, Russell y, sobre todo, Charles Jakobson, el verdadero comienzo de la semiótica se dio en los territorios de la lógica.